Sunday, May 1, 2016

Rescate de un vaquerito por la niña con vestido verde y del otro poema


  
          “que todo vuelva a empezar donde termina
             y vuelva a terminar en donde empieza
.”
                                      Ángel Escobar Varela

Conoció a Nen Santalutgarda
un veintinueve de octubre del año dos mil diez.
Era un invento tal vez de la imaginación. 
Era el sonido del viento. Un silbo húmedo
oloroso escondido en la espira 
formada por la nieve imaginaria entre sus rezos 
a un sordo corazón de Jesús alquitranado.
Una nota perdida en el danzón 
que la niña bailaba con su padre 
al cumplir los quince años. 
La niña del vestido verde como el verde loro, 
como la ceiba verde que al ateje solitario contemplaba.
Era, si, un extraño preludio de la lluvia, 
el sangrado indeleble de un gallo de Mariano,
aquel vaquerito que sorteaba los tendidos eléctricos 
con sus reses azules y el perro Serrucho,
un serrucho con solitaria, con ojos de azabache, 
pelambre de yagruma al silencio del mundo 
rescatado el encaje del viento a destapar 
el naipe, tristemente; el naipe, tristemente, 
el naipe de la buena..., la buena muerte ronda debajo del quinqué.
Luego de una tormenta se amodorra la vida...
El amodorramiento duele y elude a los  relámpagos
que a la niña recuerdan el luto en Varadero, 
no el del perro, otro luto, no le pregunten cuándo.
Si los vio alguna vez bajo la luz rayada
que atravesaba el mito del amor entre árboles,
los fantasmas aviesos  que galopan la bruma
no tuvieron respuesta. 
Ese es otro poema, otro que no menciona el año dos mil diez, 
ni el silbo oloroso que se escapa 
entre las nubes verdes que forman su rebaño.
Si, ese es otro poema...
no contiene el sangrado indeleble del gallo, 
no rescata la palabra vaquerito prendida de un danzón 
en la redonda redondez redonda de aquel primer poema;
no menciona el corazón de Jesús, viajero corazón de libros viejos
tirando febril de la volanta con su ave de paso, su cetro y su candil,
como un espantapájaros hábilmente colado en el sueño de una reina 
con sus tirabuzones rojos, sus medias  largas rotas.
Rayadas medias rotas del sueño de la reina.
En ese otro poema Magdalena no existe ni dio a luz a sus hijos, 
la nieve no deambula en torno del niño de la bota
y el parque es un chamán que obstinado vacía de un golpe la vejiga 
en su desconocida y oscura callejuela borracha callejuela.
Mucho menos se habla, inexplicablemente, del poema anterior
donde se perpetúa el baile de la niña con su vestido verde
a veintinueve de octubre del año dos mil diez.


 María Eugenia Caseiro.
 IsladeMambrú 04162016

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