Las metáforas te llenan de temas.
No son palabras vanas
porque si tomas el vino
de tu propio invento
lo transformas en lluvia
para aguar el árido
desierto de tu alma.
Además, usas el juego de la niñez
para asesinar la noche
con el miedo, atormentando
una sed medio barroca,
medio vanguardista
y una catarsis tuerta
que desnuda en tus dedos
la atracción de mil delicias
que no se pueden tocar.
Pero yo tampoco sé nada.
Soy bailarina sin música.
Mis pupilas miran el monitor
y lo encuentro lleno de preguntas
que no sabemos responder.
Un insólito vuelo
de pájaros líricos
parte de mi boca
y no llega a ninguna parte.
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